viernes, marzo 30, 2007

Mi cuarto et l´incroyable frivolité des mourants

























dando vueltas y pateando para que se expanda mi cuarto Boom. (me gusta esta)

Ni me lo recuerden. Ya se. No he crecido en absoluto. Me he medido varias veces en la pared: mi nariz todavía se llega a un metro sesenta y tres de altura, el ojo derecho (el otro no sé) 1.645 mts. y donde termina mi frente y comienza el pelo 169; el ombligo uno con chocho y mi muslo empieza a los 48 centímetros.
Todo está escrito en mis paredes. Medidas de lo estático.












Ayer tuve pesadillas. Soñé que te perdía. Odié mi cama. Fin.

martes, marzo 27, 2007

Buenas noches


cansado de apretar botones
decidí caminar entre las hierbas y espinarme y sentir y correr y correr y que nadie me alcanze y llegar a cantar a un árbol, porque da cobijo y abraza, gritando con la mano cerrada en la boca tapando mi risa y mi tristeza y mi asombro por el viento
el rojo de las nubes ..

EL DIA QUE HABLAMOS DE JAMES THURBER (mi ex-cuento favorito de Bukowski)



O estaba de mala suerte, o se me había terminado el talento.
Creo que fue Huxley, o uno de sus personajes, quien dijo en
Contrapunto: "A los veinticinco años, cualquiera puede ser un
genio. A los cincuenta cuesta bastante trabajo". En fin, yo tenía
cuarenta y nueve, que no son cincuenta, faltan unos meses. Mis
perspectivas no eran nada alentadoras. Había publicado hacía poco
un librito de poemas: El cielo es el mayor de todos los coños,
por el que había recibido cien dólares cuatro meses antes, y que
había pasado a ser ejemplar de coleccionista, valorado en veinti-
cinco dólares en las listas de los traficantes de libros raros. Ni
siquiera tenía un ejemplar de mi propio libro. Me lo había robado
un amigo estando yo borracho. ¿Un amigo?
La suerte me era adversa. Me conocían Genet, Henry Miller,
Picasso, etc., etc., y ni siquiera podía conseguir un trabajo como
lavaplatos.
Probé en un sitio pero solo duré una noche con mi botella
de vino. Una señora gorda y grande, una de las propietarias, pro-
clamó: "Este hombre no sabe lavar platos!". Luego me enseñó
que había que poner primero los platos en una parte de la frega-
dera (donde había una especie de ácido) y luego trasladarlos a la
otra parte, donde había agua y jabón. Me despiedieron aquella
noche. Pero, de todos modos, conseguí liquidar dos botellas de
vino y zamparme media pata de cordero que habían dejado justo
detrás de mí.
Era, en cierto modo, aterrador terminar siendo un cero a la
izquierda, pero lo que más me dolía era que había una hija mía
de cinco años en San Francisco, la única persona que quería en
el mundo, que tenía necesidad de mí, y de zapatos y vestidos y
comida y amor y cartas y juguetes y una visita de vez en cuando.
Me ví obligado a vivir con cierto gran poeta francés que esta-
ba por entonces en Venice, California, y el tipo era ambidiextro...
quiero decir que se jodía a hombres y a mujeres y que le jodían
hombres y mujeres. Era agradable y hablaba con gracia y con inte-
ligencia. Tenía además una peluca pequeña que se le escurría
siempre, y andaba colocándosela continuamente mientras hablaba
contigo. Hablaba siete idiomas, pero si estaba yo, tenía que hablar
en inglés. Y hablaba todos esos idiomas como si fuesen su lengua
materna.
- No te preocupes, Bukowski - me decía sonriendo - . Yo
me cuidaré de ti!
Tenía una polla de veinticinco centímetros, sin empalmar, y
había aparecido en algunos de los periódicos underground al llegar
a Venice, con noticias de él y comentarios sobre sus virtudes como
poeta (uno de los comentarios lo había escrito yo), pero algunos
de los periódicos underground habían publicado la foto del gran
poeta francés... desnudo. Medía mas o menos uno cincuenta de
altura y tenía pelo por todo el pecho y los brazos. Tenía pelo
desde el cuello a las bolas (negro, rizado, apestoso) y allí en medio
de la foto aparecía su mounstroso chisme colgando, con la cabeza
redonda, grueso: una polla de toro en un muñequito mal hecho.
Frenchy era uno de los grandes poetas del siglo. Lo único que
hacía era andar por allí sentado y escribir sus mierdosos poemitas
inmortales y tenía dos o tres mecenas que le mandaban dinero.
Así cualquiera: polla inmortal, poemas inmortales. Conocía a
Corso, a Burroughs, a Grinsberg, la tira. Conocía a todo aquel
primer grupo del hotel que vivían juntos, empeñaban juntos,
jodían juntos y creaban separadamente. Se había encontrado inclu-
so a Miró y a Hem bajando por la avenida, Miró llevaba los
guantes de boxeo de Hem cuando ambos iban hacia el campo de
batalla donde esperaba Hemingway para arrearle una paliza a al-
guien. Por supuesto, se conocían todos y pararon un momento a
soltar un poquito de inteligente mierda dialogal.
El inmortal poeta francés había visto a Burroughs arrastrarse
por el suelo "borracho perdido" en casa de B.
- Me lo recuerdas, Bukowski. No hay fachada. Bebe hasta que
cae, hasta que se le ponen los ojos vidriosos. Y aquella noche se
arrastraba por la alfombra demasiado borracho para incorporar-
se y me miró y me dijo: "Me jodieron, me emborracharon!
Firmé el contrato. Vendí los derechos cinematográficos de Almuer-
zo desnudo por quinientos dólares! Mierda, ahora ya es dema-
siado tarde!"
Por supuesto, Burroughs tuvo suerte: la opción caducó y ganó
quinientos dólares. A mí me emborracharon y me sacaron una
mierda mía a cincuenta dólares la opción por dos años, y aún me
quedan por sudar dieciocho meses. Cazaron a Nelson Algren del
mismo modo con El hombre del brazo de oro; millones para ellos
y para Algren cáscaras de cacahuates. Se emborrachó y no leyó la
letra pequeña.
También me la jugaron con los derechos cinematográficos
de Notas de un viejo asqueroso. Yo estaba borracho y me traje-
ron aquel chochito de dieciocho años con minifalda hasta las
caderas, tacones altos y largas medias: llevaba dos años sin poder
llevarme nada a la boca. Comprometí mi vida. Y probablemente
podría haber entrado por aquella vagina con un camión de cuatro
ejes. En realidad no pude comprobarlo siquiera.
Así estaba yo, pues, absolutamenre liquidado, sin suerte ni
talento, incapaz de conseguir un trabajo ni de repartidor de perió-
dicos, portero, lavaplatos, y el poeta francés inmortal siempre
tenía algún asunto en su casa, jovencitos y jovencitas llamando
siempre a su puerta. Y un apartamento tan limpio! parecía que
nadie hubiese cagado nunca en quel water. Los mosaicos brilla-
ban blancos y pulidos, y había aquellas alfombritas gordas y
blandas por todas partes. Sofás nuevos, sillones nuevos. Una neve-
ra que brillaba como diente inmenso y majestuoso al que
hubiesen lavado y cepillado hasta hacerle llorar. Todo, todo ador-
nado con la delicadeza de ningún dolor, ninguna preocupación,
ningún mundo fuera de allí. Por otra parte, todos sabían qué
decir y qué hacer y cómo actuar, era el código, discretamente
y sin ruidos: dar por el culo, chuparla, meter el dedo y todo
lo demás. Se admitían hombres, mujeres y niños. Y muchachos.
Y allí estaba el Gran C. El gran H. y Hash. Mary. Todos.
Era un arte que se hacía con calma, todos sonreían corteses,
suaves, esperando, luego haciendo. Se iban, volvían de nuevo.
Había incluso wisky, cerveza, vino para tipos como yo...
cigarros y la estupidez del pasado.
El inmortal poeta francés seguía y seguía con sus diversas
cosas. Se levantaba temprano y hacía varios ejercicios de yoga.
Y luego se dedicaba a contemplarse en el espejo de cuerpo entero,
frotándose su poquito de sudor, y luego, estiraba la mano y aca-
riciaba su inmensa polla, sus huevos; dejaba la polla y los huevos
para el final, los alzaba, los palpaba, luego los dejaba caer:
PLUNK.

Y entonces yo entraba en el baño y vomitaba. Salía.
-No habrás ensuciado el suelo, eh Bukowski?
No me preguntaba si estaba muriéndome. Solo le preocupaba
tener limpio el suelo del baño.
- No, André , deposité todo el vómito en los canales ade-
cuados.
- Buen chico!
Luego, por excibirse, sabiendo que yo estaba peor que diez
infiernos, se dirigía al rincón, se plantaba d e cabeza con sus jodi-
das bermudas, cruzaba las piernas, me miraba al revés y decía:
- Oye, Bukowski, si te mantuvieras sereno un día y te pusie-
ses un smoking, te aseguro una cosa: no tendrías que entrar
así vestido en un sitio y todas las mujeres se desmayarían.
- No lo dudo.
Luego hizo un pequeño floreo y aterrizó de pie:
- ¿Te apetece desayunar?
- André, llevo treinta y dos años sin que me apetezca desayunar.
Luego sonaba una llamadita en la puerta, muy leve, tan deli-
cada que parecía como si fuese un pajarillo que llamase con un
ala, en plena agonía, a pedir un traguito de agua.
Solían ser dos o tres jóvenes, sexo masculino, mierdosas barbas
pajisas.
Predominaban los hombres, aunque de vez en cuando aparecía
una jovencita, absolutamente deliciosa, y a mí siempre me fasti-
diaba irme cuando era chica. Pero él tenía casi treinta centí-
metros sin erección mmás la inmortalidad. Así que yo siempre sabía
cuál era mi papel.
-Oye André, no se me quita este dolor de cabeza... creo
que voy a salir a dar una vuelta por la playa.
- Oh, no, Charles! No hay ninguna necesidad!
Y antes incluso de que yo llegase a la puerta, si miraba hacia
atrás furtivamente, la chica le había abierto ya la bragueta a
André, o si las bermudas no tenían bragueta, allí estaban en el
suelo, rodeando sus tobillos franceses, y la tipa agarrando aquello
casi terina centímetros sin erección para ver de lo que era capaz
si la azuzaban un poco. Y André la tenía siempre desnuda ya hasta
las caderas y escarbaba con el dedo buscando el agujero secreto
en el hueco que quedaba entre sus apretadas bragas color rosa
impecablemente lavadas. Y siempre había algo para el dedo: el
ojo del culo aparentemente nuevo y melodramático o si, siendo
como era un maestro, podía deslizarse alrededor y a través de la
apretada y lavada tela rosa, hacia arriba, allá se iba, a preparar
aquel coño que sólo había tenido diociocho horas de descanso.
Y yo siempre tenía que darme aquel paseo por la playa. Como
eratan temprano no tenía que contemplar aquella gigantesca ex-
tención de humanidad desperdiciada, codo con codo, trozos de
carne que croaban y parloteaban, tumores de Frogs. No tenía
que verles caminar ni haraganear por allí con sus cuerpos horribles y
sus vidas vendidas (sin ojos, ni voces, sin nada, y sin saberlo),
aquella mirada, aquella basura, el olor a lo largo del paseo.
Pero por las mañanas temprano no era tan malo, sobre todo
en los días de trabajo. Todo me pretenecía, hasta las feísimas
gaviotas (que se hacían más feas cuando empezaban a desapare-
cer las bolsas y las migajas y desperdicios, hacia el jueves o el
viernes) pues esto era para ellas el final de la Vida. No tenían
medio de saber que el sábado y el domingo la gente estaría de
vuelta con sus perros calientes y sus diversos bocadillos y empa-
redados. En fin, pensaba yo, quizá las gaviotas estén peor que
yo. Quizás.
André aceptó un buen día una oferta para ir a hacer una lec-
tura de poemas a un sitio, co recuerdo cuál (chicago, Nueva York,
San Fransisco, no sé), y se fue y yo me quedé allí en aquella casa
solo. Tenía la oportunidad de utilizar la máquina de escribir.
Poco bueno salió de esa máquina. André era capaz de hacer
quye aquel chisme funcionase casi perfectamente. Era extraño que él
fuese tan gran escritor y yo no. No parecía que hubiese tanta dife-
rencia entre nosotros. Pero la había: él sabía como colocar una
palabra tras otra. Y cuando yo me senté delante de aquella hoja
en blanco simplemente me quedé allí sentado y la hoja me miró.
Cada hombre tiene sus diversis infiernos, pero yo llevaba una ven-
taja de tres lagos a todos los demás.
Así que bebía más y más vino y esperaba la noche. André
se había ido hacía un par de días cuando una mañana sobre las diez
y media alguien llamó a la puerta. Yo dije "un momento", entré
en el baño, vomité, me lavé la boca. Me puse unos pantalones
cortos y luego me eché encima una de las túnicas de seda de
André. Abrí la puetra.
Eran un chico y una chica. Ella llevaba una falda muy corta
y tacones altos y las medias de nylon le casi hasta el culo.
El chico era sólo un chico, jóven, una especie de tipo Buquet
Cachemira: jjersey blanco de manga corta, delgado, la boca abierta,
las manos a los lados un poco separadas, como si estuviese a
punto de despegar y salir volando.
- ¿André? - preguntó la chica.
- No. Soy Hank. Charles. Bukowski.
- ¿Bromeas, verdad André? - preguntó la chica.
Si. Soy una broma - contesté.
Llovía un poco allí fuera. Ellos seguían bajo la lluvia.
-Bueno, en fin, entrad que llueve.
-!Tu eres André! - dijo la zorra -. Te reconozco, esa cara
de anciano... !como de doscientos años!
- Bueno, bueno - dije -. Adelante. Soy André.
Traían dos botellas de vino. Fuí a la cocina a por el sacacor-
chos y los vasos. Serví tres vinos. Y allí me planté de pié a beber
mi vino, mirando todo lo posible aquellas piernas, cuando el tipo
se abalanzó sobre mí, me abrió la bragueta y empezó a chupármela.
Hacía mucho ruido con la boca. Le di unas palmaditas en la nuca
y luego la pregunté a la chica:
- ¿Cómo te llamas?
- Wendy - dijo-, y he admirado siempre tu poesía, André.
Creo que eres uno de los poetas más grandes del mundo.
El chico seguía con lo suyo, chupando y sorbiendo, y cabe-
ceando como una máquina descompuesta.
-¿Uno de los más grandes? - pregunté-. ¿Quiénes son los
otros?
- El otro - dijo Wendy-. Ezra Pound.
- Ezra siempre me aburrió - dije.
- ¿De veras?
- De veras. Trabaja demasiado las cosas. es demasiado serio,
demasiado sabio y en último término no es mas que un torpe
artesano.
- ¿Porqué firmas tus obras simplemente "André"?
- Porque me gusta.
Por entonces, el tipo estaba culminando ya su tarea. Agarré
su cabeza, la empujé hacia mí, descargué.
Luego me subí la cremallera y serví otros tres vinos.
Seguimos simplemente allí sentados, hablando y bebiendo.
No se cuanto duró el asunto. Wendy tenía unas piernas maravi-
llosas y unos tobillos finos y torneados que giraba constante-
mente como si tuviese fuego debajo o algo así. Conocían su lite-
ratura. Hablamos de varias cosas. Sherwood Anderson... Wines-
burg, todo ese rollo. Dos. Camus. Los Granecs, los Dickeys, las
Bronté; Balzac, Thurber, etc., etc...
Terminamos los vinos y busqué más material en la nevera.
Seguimos con aquello. Luego, no sé. Creo que perdí el control y
empecé a meterle la mano por debajo de la falda, lo que no era
mucho camino que recorrer. Vi un poco de enagua y bragas. Luego
arranque el vestido por la parte supoerior, arranqué el sostén.
Agarré una teta. Agarré una teta. Era gorda. La besé y la chupé.
Luego la retorcí con la mano hasta que ella chilló, y cuando lo hizo
puse mi boca sobre la suya, ahogando los chillidos.
Rasgué por completo el vestido: nylon, piernas, rodillas, carne
de nylon. Y la levanté de la silla y le quité aquellas mierdosas
bragas y se la metí.
- André - dijo-. Oh, André.
Miré por encima del hombro de la chica y el tipo nos miraba
meneándosela en su sillón.
Estábamos de pie, pero nos movíamos por toda la habitación.
Chocámos con las sillas, romimos lámparas. En determinado mo-
mento, la eché encima de la mesita del café, pero sentí que las
patas cedían bajo el peso de ambos, así que volví a levantarla antes
de que aplastáramos la mesa contra el suelo.
- Oh André!
Luego se estremeció toda ella una vez, luego volvió a estre-
mecerse, como si estuviera en un altar de sacrificios. Luego, sabien-
do que ella estaba debilitada y sin control de sí misma, de su
propio yo, simplemente le metí todo el chisme como si fuese un
gancho, lo mantuve quieto, la colgué allí como una especie de dis-
paratado pez atravezado para siempre. En medio siglo había
aprendido algunos cuantos trucos. Ella perdió la conciencia. Luego me
eché hacia atrás y la taladré, la taladré, la taladré, mientras ella
cabeceaba como una muñeca descompuesta, y se corrió otra vez
justo cuando yo, y cuando nos corrimos estuve a punto de morir.
Los dos estuvimos a punto de morir.
Para levantar a alguien así, su tamaño debe guardar cierta rela-
ción con el tuyo. Recuerdo que una vez estuve a punto de morir
en Detroit en la habitación de un hotel. Intenté hacerlo, pero
no funcionó. Quiero decir que ella alzó las piernas del suelo
y me enroscó con ellas. Lo cual significaba que yo sostenía a dos
personas con mis dos piernas. Eso es malo. Quise dejarlo. La sostenía
Solo con dos cosas: mis manos debajo de su culo y mi polla.
Pero ella seguía diciendo:
- Dios mío, que piernas tan soberbias tienes! Que piernas
tan fuertes, tan poderosas, tan bellas!
Es cierto. El resto de mi persona es mierda mayormente, in-
cluyendo el cerebro y todo lo demás. Pero alguien ha colocado
unas inmensas y poderosas piernas en mi cuerpo. No es broma.
De cualquier modo estuve a punto de morir (con el polvo del
hotel de Detroit). Debido al equilibrio, el moviemiento de la polla
hacia delante y hacia atrás, entrando y saliendo, exige en esa
posición un ajuste muy especial. Sostienes el peso de dos cuerpos.
El moviemiento debe transferirse en consecuencia, todo él, a la
espina dorsal. Es una maniobra dura y peligrosa. Por fin nos
corrimos los dos y yo simplemente la tiré en algún sitio. Me la
quité de encima.
Pero con la de casa de André , ella mantuvo los pies en el
suelo, y eso me permitió hacer trucos: girar, arponear, reducir,
acelerar, etc. ........




Transcripción hecha por moi de un fragmento de EL DIA QUE HABLAMOS DE JAMES THURBER contenido en el libro Erecciones, eyaculaciones y excibiciones de Charles Bukowski editorial Anagrama



lunes, marzo 19, 2007

Mientras más fría, más azul la hallaba
Mientras más duro el suelo, más luna le salía:
Cuanto más hambre, más cantaba

Neruda

Te voy a contar Bibiñe


Hoy: me despierto y me hablan en inglés. recuerdo que hay una pakistaní y una hindú en la casa donde dormimos en el suelo, después de poner el laberinto del fauno. Desayunamos en una de las mesas que quedan de la fiesta de ayer: huevos revueltos con frijoles y un glorioso jugo de guayaba con naranja. Como no hay nada que hacer, volteamos a la fuente y se nos antoja meternos o poner a nadar a una mantarralla, que no quepa y esté aleteando fuera del agua.
Optamos mejor por dirigirnos hacia teotihuacán y educar de paso a nuestras invitadas. Los six pack´s no faltan. Vamos en una caribe ´87 varias veces transformada (primero pintada de zebra, luego de carro de policía "el sheriff" y ahora de pumamóvil en aerosoles azul y dorado chillante jajaja). Nos paramos en una tiendita en medio de la nada y entro descalzo muriendo de hambre. Todos los de la tienda parecen pachecos, porque nadamás no pagan y estan ahí sentados sobre cajas de chela. Digo "que pedo" y Sebastián ríe de mi franqeza. Nos vamos a las pirámides, subimos la de la luna y vemos desde lo alto, del lado derecho de ésta, unos sanirents (baños portátiles) volteados con la puerta hacia la pared y dos chavas probando abrir, de alguna extraña e ilógica manera, la parte de atrás de cada baño (eran más de 25). Les gritamos desde el cielo "el de allá" y reimos. fin

sábado, marzo 17, 2007

Lo que usted diga mademoiselle



Aquella mañana podádose había el césped.
Regadas las flores, salieron a pasear contentas.
Aquella dama de labios impenetrables, se condujo con soltura, contenta con las flores y todo en órden. Quería jugar a Titanic. Su sonrisa y los cantos que iba sembrando, dejaban admirados a quién los oía. Según plan, había tiempo hasta que los coches despertaran y los borrachos ya estuvieran muertos, dormidos o en alguna celda delegacional (post alcoholímetro). La verdad es cruda.

Sí. Sin embargo, dicen que la historia, aquel día, comenzó a las cuatro, pero yo sé que fué a las cinco con casi cuarenta minutos. Depende de la latitud, sin duda. Los brazos agotados, descendieron desde Santa Fe hasta Polanco.
Pero había una razón. El destino eligiría, que aquel día la dama cruzara camino con aquél que no lo había podado como debe. Eso no importó. Después de unas 11 horas, él se encontraba volando topes que no sabía que existían.
Sin razón aparente, entró la mañana del día de San Patricio.

Impacientándose, porque no llegaba su hermana, esperó sin camisa escribiendo en su cuarto cosas en su blog.
Lo acabo de ver y sigue esperando.

jueves, marzo 15, 2007

No es que sea de importancia


pero me doy cuenta de que en cada cuarto de mi casa hay un televisor prendido. Sin embargo no hay nadie en la casa y aparte de sonidos y colores al azar, que escapan de los cuartos y rebotan en paredes, no puedo captar ningún indicio de cómo pudieron llegar a estar encendidos. Mi cerebro está seco y vacío. Río nerviosamente, porque se que, en una de esas, pude haber sido yo. Si pierdo las llaves del coche cada vez que lo quiero abrir (solo abre del lado del pasajero y hay que saltarse de asientos), y después de buscarlas checo y no las he sacado de mi bolsillo, o vago por mi casa sin saber que es lo que estaba haciendo, o si le iba a llamar a alguien. Y busco. Busco señales como loco, pistas, algo que me diga que es lo que estaba pasando hasta que todo fuera como nuevo, de nuevo.

No se malentienda. La ficción es parte de la vida.

martes, marzo 13, 2007

Ganas de perderse


En un bosque o en la selva. Jaipur o montañas inhóspitas de Roraima. La india es agradable en esta época en Kashmir, Jammu, Uttaranchal, Kolkata (Calcuta), pero no en Rajastan. VAmos conociendo, dejando esta enseñanza de vida perdida sin relevancia y 15 días de vacaciones en agosto, donde llegas a lamer arena con tal de sacar el máximo provecho de ese patético descanso. Aprovechen aquellos y luego regresen a aquello de caras largas y horarios fijos. Alguna película el domingo para desfogar los sentimientos de prisión y meterte en la realidad de Brad Pit en Siete años en el Tibet. y un café los martes, claro. No se para qué. Ganas de gritar y revolverte en tu pupítre o coche o cubículo, mientras el sol sale y lego se mete.

Imagina ver las estrellas en el desierto porción norte beduino sahariani. Explosión del universo penetrando tu retina recargada sobre tu cara, que a su vez está recargada en tu cuepro que llace en un tapete a mitad del desierto, iluminado solo por la luz de una lámpara de aceite o de perdida una de gasolina de campamento moderno. Los dromedarios casi duermen pero oyes su respiración y uno que otro sonido que te hace pensar que tienen mucha puta gueva.

lunes, marzo 12, 2007

Os preguntareis

que es lo que sucede cuando, por no recordar que cajón acabas de abrir en busca de unas pinches tijeras, abres y abres el mismo cajón cinco o seis veces, riéndote cada una de las veces que lo haces, al recordar que ya lo abriste y que de seguro se te volverá a olvidar. Y eso mismo sucede y a los siete segundos te encuentras en el mismo desdichado cajón riéndo de nuez. Chale.

domingo, marzo 11, 2007

Garbanzos matemáticos en la campechana mental




Si, vivo en Santa Lucía. Vivo ahí desde hace mucho tiempo y cada vez más. Vago escuchando reggae, alucinando con calor entre calores. Siento que me derrito y me expando por la calle de doble sentido, con arena a las orillas, que algún viento de algún día vino a dejar. Se me podría pegar. Me reincorporo. Sudo pero no me importa porque camino hacia el mar, para sumergirme en ropa y chanclas en ese mar caliente y azul y peces y olas pequeñas que no te estorban solo te acarician como pidiendo, empujando suevemente a que las contradigas y te adentres en el inmenso océano . Agito la cabeza, recordando en tonos blancos y rojos el concierto de los Peppers donde bailé extasiado, riendo , mientras pensaba en escuchar reggae caminando en una calle de doble sentido de Santa Lucía.

jueves, marzo 08, 2007

S

Sangran los ojos, los poros, por debajo de las uñas y también los oídos.
Pasan los coches y al desaparecer de mi vista imagino como se disuelven en el viento como humo. Para siempre, nunca más. Ese humo flota en mi cabeza sin poder concentrarse y solo vuela al azar revolviendose con otros recuerdos de cuando saco la cara que tengo en la nuca y que tuerta mira hacia atrás. Es tan triste...